miércoles, 21 de marzo de 2018

EL ÁNGEL DE NEGRAS ALAS



Ahora que algún clérigo dice que “el demonio ha metido un gol”, y teniendo en cuenta los derroteros violentos que este deporte arrastra en las últimas fechas, viene a cuento recordar los tiempos en las que “El ángel de Alas Negras” y la “violencia” oratoria de los mismos, daba a nuestras calles un aspecto tenebroso.

El ángel de negras alas, así denominaban en 1898, a uno de los días más lúgubres en el santoral católico, el Viernes Santo. Fecha en que ni las campanas anunciaban desde la cercana iglesia, con su tañer, el aviso de la misa, ni el giro sonoro de la veleta en su torre dejaba su anuncio. Conmemoración en la que hasta las sombras ocultaban las estrellas.

La cuaresma y la llamada Semana Santa de la que D. Agustín de Villoslada dijera en 1870: “...«La Cuaresma con su abstinencia, la Semana Santa con sus sublimes tristezas y alegrías, son los aniversarios más faustos, que asaltan y se apoderan del corazón de todo hombre, nos obligan a todos a un inventario universal. Ninguna fecha, ningún aniversario puede pasar sin traernos un contingente de recuerdos»...” Y algo de eso hay en esta entrada, los recuerdos de lo vivido durante los años en los que esa fecha nos marcaba, de alguna forma nos atemorizaba con aquellos “ejercicios espirituales, que algunos clérigos lanzaban contra nuestro aún, inocente intelecto.

Los centros religiosos, las iglesias, ofrecían a comienzos de los años 40, a los asistentes, oficios y maitines, que en los diversos barrios eran atendidos por predicadores, a veces llegados de otros pueblos. La iglesia de San Nikolas de Bari de Algorta contaba con el P. Mezquita del Corazón de María; la de Las Mercedes de Las Arenas era atendida por D. Atanasio Goioechea y la de los Trinitarios de Algorta corría a cargo del P. Felix de San José. La circulación rodada quedaba suspendida desde las 18 horas del jueves hasta las 24 horas del viernes, exceptuando los entierros, vehículos sanitarios y los de abastecimiento. El viernes, durante todo el día, era obligatorio guardar ayuno y abstinencia, incluso para los que disponían de “Bula”.

Incluso en los 60, durante esos días, en que oscuros capirotes, cual procesión de embozados de Tennessee, llenaban nuestras calles, dando a las mismas un aspecto lúgubre. Días en los que hasta la música callaba, el cine cerraba sus puertas, y un manto de silencio cubría las calles. En los que en la mayor parte de los pueblos, o se optaba por el monte o se seguía la “piadosa” costumbre de visitar las llamadas “Estaciones”, durante la tarde-noche del Jueves al Viernes Santo. En ese intervalo se producía el llamado sermón de las “Tres horas”, que iban desde las doce del mediodía hasta las tres de la tarde-noche. De las cuales decía la prensa de la época: “...«¡Tres horas mortales que parecen no acabar nunca!»...” Se referían al drama del Gólgota.

Entre los personajes que acudieron a nuestros barrios para celebrar la Semana Santa, cabe mencionar que en 1963, llegaba a la iglesia de los trinitarios el monarca Belga Balduino. A quien esperaba a la entrada del templo el superior de la orden de los Trinitarios P. Andrés de Cristo Rey, que le acompaño al coro para evitar que fuera visto.


Fechas que sin embargo, al menos para los más jóvenes, se hacían eternas, sepulcrales. Hasta las gentes parecían enfadadas, serias y taciturnas. En esos días ellas iban cubiertas con negras mantillas, ellos con sus mejores trajes de color oscuro. La diversión había quedado prohibida. Hasta la prensa callaba. La música y los espectáculos (cine) también. Los conciertos sacros, venían a sustituir las canciones de Chuck Berry o Elvis Presley. La propia radio veía enmudecer sus espacios musicales, emitiendo “música” religiosa. Se prohibían los bailes y cerraban los escasos teatros de Bilbao. El único sonido permitido era el de las sonoras carracas del Viernes Santo, que decían servían para matar al “Ángel de Negras Alas”.

Incluso bien entrados los año 60, y con la TVE en funcionamiento, los espacios que retransmitían eran de corte religioso, con viacrucis y procesiones desde diferentes lugares de la geografía del estado. Y no hace tanto tiempo, en 1970, los espectáculos públicos, incluidos los cabarets, eran suspendidos por la autoridad gubernativa, desde el jueves hasta el amanecer del domingo; en esas fechas se levantaba la veda a los espectáculos cinematográficos, siempre que fueran películas autorizadas para menores de 18 años.

Hasta las tabernas estaban prohibidas. Y como decían anteriormente solo quedaban dos opciones, acudir a ver los “Monumentos”, conocidos como “Estaciones”, especie de altares, cubiertos por un dosel de terciopelo de color granate, rodeados de flores y candelabros, que en la parte superior, a la que se accedía por una escalinata central, tenía una especie de retablo-altar. En ese espacio, el aroma del incienso lo embargaba todo, en medio de un silencio atronador de mantos morados, dando al mismo un aspecto sepulcral. Un “espectáculo”, en el que al menos podíamos ver y socializar nuestro aburrimiento, que nos permitía alegrar algo nuestro tedio, con la visión de nuestros amores juveniles.

O salir al monte, opción que nos alejaba del silencio fúnebre, que parecía haber cubierto nuestras calles, con salidas a lugares, más o menos próximos, los tiempos no daban para grandes aventuras. La Arboleda era uno de esos espacios, en los que el silencio se rompía, los controladores no nos amonestaban, y algunos pequeños destellos de alegría salía de nuestras voces y de alguna guitarra, dando rienda suelta a nuestras ganas de diversión. Cualquier espacio abierto, alejado de inquisitoriales guardas, era bien venido. Pero hasta el tiempo parecía empeñado en estropear aquel ansía de música y libertad, el jueves y viernes eran unos días, a los que muchas veces la lluvia acompañaban.

Hasta nuestros escasos hábitos alimentarios eran modificados, siendo sustituidos por el ayuno y la abstinencia, que los más pudientes, durante la cuaresma, habían logrado salvar, pagando aquella recaudación eclesiástica llamada “La Santa Bula”.


Días de silencio que solo eran rotos por el tañer de las campanas del sábado a la noche, que anunciaba el nuevo día, lleno de colorido y fiesta, en el que por fin se habían acabado algunas de las prohibiciones, los cines volvían a abrir y los bailes en las plazas publicas se llenaban de jóvenes. Sólo las mujeres, con su estigma coqueto, estrenaban zapatos o un trajecito de verano, mientras que ellos solo lucían un novedoso blanco pañuelo en la solapa, para anunciar la Resurrección del Señor. Pero eso sucedía el Domingo de Resurrección.

Y cómo en estos días, muchos aprovechamos para hacer salidas al monte, visitar poblaciones cercanas, y otros viajan a otros lugares, dejaré descansar mis páginas hasta el próximo martes día 3 de abril.


!DESCANSAD, DISFRUTAR Y CUIDADO CON LA CARRETERA!

1 comentario:

  1. Nostalgica entrada. Recuerdo que en las iglesias las figuras de los santos se cubrían con unas fundas que les daban un aspecto fantasmal. Yo tenia una carraca y mi amama me decía que haciéndola sonar mataba a los judíos que habían matado a Jesús, y yo (5 ó 6 años) dejaba a Eichmann a la categoría de aprendiz.

    ResponderEliminar